La Santa Cena: ¿Debemos Practicarla? P.2


Como vimos en el primer artículo, la mayoría de nuestra practica en lo que tradicionalmente se conoce como la “santa cena” está muy lejos de lo que fue la cena del Señor para la iglesia durante los primeros tres siglos. Para leer el primer artículo oprime aquí.

Es evidente que necesitamos recuperar la esencia de esta celebración que fue establecida y practicada como un principio de unidad, de proclamación y de anticipación. La anticipación de las cosas por venir era un aspecto fundamental en el propósito de la cena.

Jesús, en la última cena que tuvo con sus discípulos le dio a la cena un significado futurístico de algo que ellos podían anticipar. Mateo registra esto en el capítulo 26 versículo 29.

Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.

La cena del Señor es también un anticipo de comer juntos con Jesús. Si esto es así, para la iglesia del primer siglo la cena no puede haber sido lo que para la mayoría de nosotros es hoy. Y no lo fue. Una lectura básica de los primeros sucesos en la vida de la iglesia nos muestra que hizo la iglesia en respuesta al Evangelio.

Hechos 2:42

Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.

La liberación de la esclavitud del pecado era algo que los cristianos del primer siglo celebraban diariamente, cada vez que se reúnen para comer. Para Lucas esto fue suficientemente notable como para hacer el comentario – “en el partimiento del pan”.

La celebración era en las casas y no parecía requerir que un apóstol, o un “ministro ordenado” estuviera presente para administrar la cena. El “partimiento del pan” es un término común que se aplica igualmente a la Cena del Señor, como comer juntos diariamente. Lucas también lo uso en Hechos 20:7.

El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche.

¿Estaban ellos celebrando la cena del Señor o solo comiendo juntos? Ambos. Era una Koinonia. La palabra “Koinonia” hoy se usa con mucha frecuencia. Koinonia no es que estamos juntos en un mismo lugar, sino que hay una participación plena en la vida de cada uno.

La evidencia de que había “Koinonia” eran las acciones que los caracterizaban. Por cuanto eran hermanos y hermanas en Cristo, comían juntos en las casas de cada uno. Entre ellos se compartían las cosas necesarias al punto que “no había entre ellos ningún necesitado” Hechos 4:34.

Su comer honraba al Señor, de cierto era la Cena del Señor. No había necesidad que un sacerdote o un apóstol estuviera presente.

Si comer juntos fortalecía la unidad, excluir a alguien de la mesa significaba disciplina.

En el caso del problema de pecado que se presentó en la iglesia en Corinto, las instrucciones de Pablo con relación al individuo que persistía en pecar, fue que lo excluyeran de la mesa.

1 Corintios 5:11

Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.

Judas nos habla de las “celebraciones ágapes” y como aquellos que hicieron una mofa de Jesús, por sus actitudes y comportamientos son una mancha en la celebración ágape. Considera el tono de Judas al referirse de esos falsos maestros que se unieron a la cena.

Judas 1:11-12

!!Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré.

12 Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados;

La “celebración ágape” era una proclamación al mundo de la unidad en Cristo, una unidad que podía ser arruinada por aquellos que no reconocieran o honraran a Cristo.

Los cambios que ha sufrido la práctica de la Cena del Señor a través del tiempo nos a traído hasta donde estamos hoy. La cantidad de opiniones, argumentos, misticismo, y hasta supersticiones han deteriorado esta celebración al punto de hacerla totalmente un rito carente de vida y significado.

No importa cómo se modifique, o que cambios cosméticos se hagan – uvas a los niños para que participen – una vez al mes en vez de una vez al año – deberíamos de examinar si todos los requisitos y normas que se han establecido en relación con la Cena del Señor son un ataque contra el Evangelio. ¿Habremos reinstituido lo que la cruz quito y le estamos negando a la iglesia la hermandad que fue creada?.

La mayoría de nuestros temores y tensiones por los cuales se han establecido tantas normas y regulaciones para la “santa cena” se disolverían, si practicáramos la simpleza de una cena en la cual la conversación, el amor y la demostración de a que se parece la familia de Dios en la tierra fuera nuestra práctica. Ese tiempo de cena sería una “fiesta ágape” en la cual el amor incondicional gobierna todas las cosas. ¿Se parece eso a lo que hacemos hoy?

No podemos olvidar que la reunión de la iglesia durante los primeros tres siglos eran reuniones de comida en casas de familias. Juntos se sentaban en la mesa para hablar, se miraban y se servían. Para la mayoría de nosotros hoy, esta clase de reunión no parece lo suficientemente “espiritual”. Por alguna razón no creemos que algo así es “sagrado”. Para la mayoría lo sagrado está relacionado a edificios, altares, y utensilios, no las personas que los usan. Por eso quizás podemos estar bien melancólicos durante la celebración del rito dentro del edificio, pero cuando salimos hacemos pedazos al hermano que no nos cae bien. Si de hipocresía se trata nos pueden dar el premio.

[shareable]Para la mayoría lo sagrado está relacionado a edificios, altares, y utensilios, no las personas que los usan.[/shareable]

¿Acaso no son los hermanos con quien compartimos la comida el verdadero templo de Dios? Cuando las cosas tienen más valor que la gente – hemos perdido la esencia de lo que es ser la iglesia del Señor en la tierra.

Como celebremos la Cena del Señor será diferente de iglesia en iglesia. Aun los aspectos culturales, gubernamentales, socio políticos tienen peso a la hora de considerar como lo podemos hacer.

Una de las experiencias más enriquecedoras que he tenido en mi vida fue cuando estuve en el norte de África, visitando una iglesia compuesta por ex musulmanes. Para aquel tiempo habíamos hecho una colecta para establecer por medio del misionero en turno, un taller de soldadura el cual nos permitía apoyar el trabajo del misionero en un país que era completamente Islámico.

Visité el país con dos hermanos más y tuve la oportunidad de reunirme con diferentes misioneros que estaban por todo el país enseñando la Palabra y discipulando a los que venían a la fe. Era una ardua tarea. En uno de los días tuve la oportunidad de predicarle a la iglesia más grande del país. Alrededor de unas 15 personas asistieron a la reunión, ese era el tamaño de la iglesia. Nos recibió el pastor de la iglesia, un hombre que había estado preso en más de cinco ocasiones por predicar el Evangelio.

Los que llegaron lo hicieron a escondidas. Cada uno venía a diferentes horas, para no crear sospecha en el vecindario de que algo estaba pasando en esa casa. Cuando yo llegue vi una cantidad de Biblias en una mesa. Le pregunte al misionero porque estaban esas Biblia sobre la mesa y me dijo, ¡ya verás! No había pasado mucho tiempo cuando comenzaron a llegar los primeros hermanos y hermanas. Uno a uno como por filtración, entraba, se saludaban y cada uno iba a la mesa donde estaban las Biblias, tomaban una y buscaban un rincón en la casa y se sentaban a leerla.

Fue en ese momento que el misionero me dijo; esta es la única vez en la semana que pueden leer la Biblia. En sus casas no pueden hacerlo porque si sus familiares se enteran de que se convirtieron a Cristo los destituyen de la familia y en el peor de los casos los matan. Me compartió de lo importante que era asegurar que cada nuevo creyente estuviera establecido en la fe antes de invitarlo a la congregación, no fuera que se infiltre uno y reporte lo que allí estaba sucediendo y dispersen la iglesia, lo cual ya, le había sucedido.

Entre los hermanos llego una pareja de matrimonio, era evidente que los años habían tenido su efecto en ellos, cuando de repente se oye un suspiro profundo. Con el deseo de gritar, pero conteniéndose por causa de donde estábamos, corrieron al otro lado de la sala y se fundieron en un abrazo fraternal que duro varios minutos. Allí se encontraron por primera vez con unos hermanos que habían sido parte de la misma iglesia que ellos, la cual fue perseguida por el gobierno hacia 40 años atrás. La iglesia se dispersó, y no se habían vuelto a ver a ese momento. Entre risas y llanto se miraban y decían, “nosotros creíamos que ustedes habían muerto”.

Ya era hora de comenzar la reunión, uno de los hermanos saco una guitarra – estábamos todos sentados en círculo en la sala de la casa. Yo estaba sobrecogido, era mi primera experiencia en este contexto y por primera vez estaba participando de una reunión de los santos totalmente libre de la influencia del “evangelio según los americanos”.

Predique con la ayuda del traductor, los hermanos muy atentos y expectantes. Al terminar se presentaron las ofrendas de la semana, cada uno metía la mano en un saco y daba según podía. La ofrenda la usaban para pagar el autobus de regreso a los que venían de lejos, ayudar al que no tenía trabajo, y asegurar las necesidades inmediatas de los menos afortunados.

Un detalle que me saco las lágrimas sucedió antes de despedirnos. Uno de los presentes pasaba unos papelitos que los hermanos al recibirlo, lo enrollaban. Cuando le pregunte al misionero me dijo, ese era el programa de la próxima semana. Tomo uno en la mano y me lo mostró. Estaba escrito en códigos, en caso de que si a alguien se le perdía el papelito quien lo encontrara no sepa lo que en él decía. En el papelito estaba escrito quien cantaría la semana próxima, quien compartiría la Palabra, y en cual casa se reunirían. Como si fuera un gran tesoro cada uno se aseguraba de guardar el papelito para que no se perdiera.

Como no sabían si se verían la semana entrante, su despedida era como si no se fueran a volver a ver. Esa quizás podía ser la última reunión si el gobierno se enteraba, por lo tanto, cada reunión se disfrutaba como si fuera la última. Terminado todo fuimos a la cena.

Invitados a la casa de uno de los hermanos nos recibieron con un gran gozo porque un hermano en Cristo de otra cultura y país estaba en su casa. Nos sentamos en el piso, sobre alfombras preparadas para ese propósito. La comida no tardo, la conversación por medio del traductor era amena, compartir como cada uno conoció al Señor afirmaba la fe de los presentes. Entre risas, conversación, mutua edificación y sin yo saberlo, estábamos celebrando la Mesa del Señor.

Mi intención con estos artículos no es identificar solamente deficiencias, que no requieren un grado en teología para saber que están presentes en la mayoría de las congregaciones evangélicas. No tengo ilusiones irreales de que un artículo o una serie de escritos cambien 17 siglos de distorsión. Mas bien, mi deseo es llamar a la reconsideración de lo básico, a la esencia de lo que debemos estar celebrando y porque lo hacemos.

También, estoy muy claro que alrededor de estas prácticas se ha creado toda una maquinaria institucionalizada que para cambiarlas se requiere un milagro de parte del Señor. Para muchos hacer cambios en esta área representa la perdida de respaldo económico, el señalamiento y critica de sus compañeros de ministerio, la acusación de que esta “cambiando la doctrina” y quizás la más difícil la acusación de que es un hereje. Ningunas son fáciles de soportar, mis oraciones están contigo.

Pero, para aquellos que saben que algo no está bien y para los que están en posiciones de hacer o provocar cambios, he escrito estos artículos. Por supuesto que esto no agota el tema, pero creo que es un buen comienzo para iniciar una conversación. Si solo nos atrevemos a preguntarle al Señor, hacemos nuestras asignaciones y en humildad reconocemos que podemos estar sinceramente equivocados, podremos dejarle a la próxima generación un evangelio menos contaminado y mezclado de humanismo y paganismo.

Para terminar, imaginemos por un momento estos escenarios.

Un grupo de creyentes se reúnen en la casa de uno de ellos. Allí hay toda clase social, inmigrantes, dueños de negocios, empleados y desempleados, ricos y pobres. Los que tienen más recursos económicos han provisto la comida en abundancia. Los pobres y desempleados han traído muy poco – o quizás nada. Para ellos esa puede ser la mejor comida de su semana. Juntos alrededor de la mesa se disponen a comer.

El dueño de la casa o quizás un anciano – le recuerda que la única razón por la cual están juntos a pesar de sus diferencias es por causa del cuerpo quebrantado de Jesús. El parte un pedazo de pan y lo comparte. Proceden a comer mientras hablan, se ríen, comparten sus experiencias en el Señor y las cosas que le están sucediendo en su vida diaria. Algunos tienen preguntas, puntos son clarificados. La enseñanza está sucediendo por medio de la conversación y el ministerio de edificación mutua del cuerpo.

La comida termina, la reunión tiene su conclusión natural y el anfitrión toma la copa de jugo o vino y le recuerda que esa copa es símbolo del nuevo pacto. También le recuerda que un día estarán en otra mesa, con el hermano mayor Jesús a la cabeza de la mesa. Con seguridad le afirma que ese día vendrá, porque está establecido en un pacto inquebrantable y sellado con su propia sangre. Beben juntos en esperanza y cada uno regresa a sus casas privadas – satisfechos y con un ardiente anhelo de que ese día llegue.

Se puede escuchar al Señor decir; “Cuánto he deseado comer con vosotros esta cena…”

Dos cuadras más abajo, hay otro grupo reunido. Están dentro de un auditorio. Brevemente hablaron de una fiesta y pasaron unos platos con unos pedacitos de pan, y unos envases que contenían unas copitas. Dijeron que estaban celebrando, pero nadie estaba hablando el uno con el otro. Solo una persona estaba hablando y era el que estába oficiando el rito.

Para mejorar la atmósfera de silencio, se podía escuchar en un tono suave un piano. Cada uno recordó lo pecador que era, como había fallado en la semana a pesar de lo duro que había tratado y tenía que decidir en ese momento si era digno de tomar los elementos. Muchos optaron por participar para que nadie dijera que se estaban “enfriando” o estaban en “pecado”.

Las mujeres con sus esposos inconversos le decían que no se le ocurriera tomar el pedacito de pan y la copita de jugo porque él no era digno todavía de participar de eso porque él no la acompañaba fielmente a la iglesia. También, entre ellos habían hombres con sus esposas inconversas. Los niños con curiosidad decían, “papa si esto se supone que es una celebración porque la gente esta tan triste”. La respuesta no tardo, “ponte en reverencia que este momento es sagrado, ahora no lo puedes entender cuando llegues a adulto lo entenderás”.

Un silencio sepulcral invade el auditorio. Los servidores terminaron de servir. Serios y con un porte reverencial le indican al que está dirigiendo el rito que todo está listo, la gente está callada, los que califican ya tienen los elementos, todo está bajo control. Según las instrucciones cada cual se come el pedacito de pan, le da gracias a Dios por su salvación personal, por su salvador personal, por las bendiciones personales que han recibido, y por lo maravilloso y bueno que es Dios con ellos y su familia. Luego, según las directrices se toman la copita de jugo. Se oye un suspiro, algunos sobrecogidos porque el Señor viene otra vez, le piden que no los deje, que ellos se van a esforzar a vivir para él, y trataran lo mejor que puedan para mantenerse dignos de la mesa.

Se termina con unos anuncios, la rutina de la semana continua, cada uno se va al restaurant o a su casa, los que estaban en necesidad entre ellos no se sabe si comieron o comerán, pero todos están felices porque celebraron la “santa cena”.

Me parece oír al Apóstol Pablo decir, Hermanos, eso no es comer la cena del Señor”.

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